Veterano líder cuenta su historia como protector de las aguas del Colorado
Es una tarde calurosa de domingo y decenas de personas encuentran alivio en las orillas verde azuladas del Río Colorado. Alfredo Acosta Figueroa, con una agilidad casi juvenil, se baja de su camioneta junto a su esposa Demesia, para admirar la vista de la ancha ribera.
De sorpresa, se encuentra con un enjambre de nietos y bisnietos que no esperaba.
“Hay Chihuahua…Ahí está toda la familia”
A sus 83 años, este no es el río que lo vio crecer en este valle de Blythe, California.
“Lo han vendido. Por eso ahorita Blythe está decaído, porque han vendido el agua a las grandes ciudades”
Ni él es el mismo hombre. Lleva las marcas de aciertos y tropiezos de una larga lucha como activista en la que se funde lo social, medioambiental y espiritual en un todo: proteger el río como arteria central que ha dado vida durante milenios a las comunidades indígenas de esta región.
“Los pueblos más arriba de Blythe, echaban el drenaje. Lo echaban al rio. Las líneas de gas natural contaminaron el rio al norte de nosotros, ahí por Niles. El drenaje de los pueblos como Bulhead city, Laughin Nevada, especialmente Laughlin, Nevada, los casinos, todo eso… echando toda la cochinada al rio”
En medio de una histórica sequía que ha menguado su caudal, el Colorado es un río de más de mil 500 millas entrecortado por represas, lastimado por pesticidas agrícolas, derrames de tóxicos de la minería, que se ha sobre repartido para calmar la sed voraz de siete ciudades, desde Los Ángeles hasta Phoenix.
Ver ese daño a los pueblos ribereños fue lo que llevó a Figueroa a dar la batalla por la defensa y la limpieza de las aguas del Colorado. En 1976 organizó a los residentes del condado de Riverside para frenar la construcción de una planta nuclear que se hubiera erigido a 15 millas de Blythe y habría desplazado a cientos de trabajadores agrícolas. Casi 20 años después, en 1992 volvió a alzar su voz, esta vez para oponerse a un basurero tóxico que habría contaminado los mantos acuíferos del Río Colorado.
“Fuimos el primer grupo en los Estados Unidos en parar un basurero tóxico nuclear. Formamos un grupo que se llamaba the Southern California Anti-Ward Valley Coordinating Comittee… Éramos bastantes personas de las diferentes tribus y empezamos a ir a todas partes de Estados Unidos, y naturalmente que a Washington (DC), tres veces…, a la capital de México”
Como parte de ese grupo Figueroa realizó protestas ante las Naciones Unidas. Recuerda también el campamento de protesta que se levantó en las afueras del terreno donde se instalaría el basurero radioactivo. Durante meses, y en medio del calor abrasador del desierto del Mojave, activistas de cinco naciones indígenas y de organizaciones como Greenpeace y el Sierra Club realizaron un prolongado plantón de protesta. Esa épica acción la compara Figueroa con las protestas de hoy día de los “protectores del agua” en la nación indígena de Standing Rock, en Dakota del Norte y Sur, que buscan impedir el paso de un oleoducto por el cauce del río Misuri.
“Pero cuando nos quedamos ahí 118 días permanentemente y ahí la cosa era que el gobierno estaba con las metralletas y nosotros ahí en las carpas”
Después de una lucha de 8 años, los “protectores del agua” de aquel entonces lograron descarrilar los planes del exgobernador de California, Pete Wilson. Al final, la Oficina de Gestión de Tierras no le otorgó al estado el permiso para la construcción. La intervención de México, que invocó los tratados binacionales para el uso del agua del Colorado, fue fundamental.
“Y gracias a México con su contrato que tiene con Estados Unidos, el Río Colorado tiene que entregarle a México 1 millón 500 mil acres de agua. Pero agua pu-ri-fi-ca-da, no agua con-ta-mi-nada”
La lucha de Figueroa por estas tierras está anclada en el legado de sus ancestros. Figueroa es quinta generación de las comunidades indígenas del Río Colorado.
“Chi-ma-hue-bu, quiere decir la gente protectora vieja… Nosotros todo el tiempo decíamos que éramos indígenas, no éramos de España, ni latinos”
Consciente de esa tradición Figueroa se ve a sí mismo como guardián de la salud del río y de los sitios sagrados que han venido venerando los antepasados en esta región.
“Ese cerro se llama Coatepetl, pero cuando vinieron los europeos lo cambiaron a Big María, porque todo lo que era auténtico del náhuatl lo querían destruir….”
Para Figueroa, parte de la historia que se busca destruir es la del origen de la civilización azteca. Según una milenaria tradición, los aztecas llegaron al valle del Anáhuac de un lugar sagrado de aguas y garzas en el norte, al que llamaban Aztlán. Esas aguas eran las del Colorado y ese sitio, sostiene Figueroa, es el valle que hoy asienta a la ciudad de Blythe.
“Es el río lo más sagrado que hay… el Río Colorado le ha dado vida a millones de personas desde California al centro y sur de Arizona”
La pasión por buscar justicia para los suyos y por defender su patrimonio natural y cultural le viene de su familia, dice Figueroa. La tatarabuela, Teodosa Martínez Murrieta llegó de Sonora, México a La Paz, Arizona en 1862 durante la fiebre del oro. Toda su familia se dedicó a la minería de forma independiente, sin servir a ningún patrón.
“Gracias a mi papá…, él decía: ‘tu patrón es tu mayor enemigo’”
Alfredo Acosta Figueroa holds an edition of Times Magazine where his picture was published singing in support of the peasants with César Chávez and also inspired the portrait that appears behind him in this photo.
Y al parecer su papá había oído ese consejo de su abuelo, quien encabezó una de las sonadas huelgas de mineros en Bisbee, Arizona, en 1917 y como parte del sindicato de trabajadores mundiales.
“Estábamos criados en un ambiente de los sindicatos, en un ambiente de justicieros, en un ambiente de Joaquín Murrieta, que peleó en contra de las injusticias cometidas con los mexicanos”
Se escucha música…
“Al indio lindo y sencillo lo defendí con fiereza…”
Ese es el popular corrido de Joaquín Murrieta cantado por uno de los hijos de Figueroa que lleva el mismo nombre. Murrieta para algunos fue un bandido y para los mexicanos un Robin Hood. Para Figueroa, que se identifica como uno de sus descendientes, no es una leyenda sino una inspiración. Figueroa creció en una época en que Blythe era conocido como el “pequeño Misisipi”, por la segregación y discriminación racial. A los mexicanos se les prohibía hablar español dentro de las escuelas.
“Yo de chamaco cantaba el corrido de Joaquín Murrieta. Me corrieron de la escuela cuando tenía 9 años… estaba en el tercer grado. Porque la maestra nos estaba enseñando el mapa de Estados Unidos y dijo, ‘esta es la tierra que tanto queremos’. Y yo levanté la mano como un tontito y dije: ‘Esta tierra nos las robaron a nosotros’”
En los años 60 Figueroa se sumó al movimiento campesino junto a César Chávez. Esa, según él, fue la experiencia que lo preparó para luego dar la lucha contra la contaminación que cometen la agroindustria y los gigantes de los deshechos industriales, o de la industria nuclear.
En la última década Figueroa ya no tuvo que oponerse a plantas nucleares. Ahora ha sido contra compañías de energía solar, que planearon instalar sus mega-paneles en zonas donde se encuentran más de 300 geoglifos sagrados de las culturas indígenas. Para preservarlos Figueroa fundó el círculo de protección de los sitios sagrados de la Cuna de Aztlán.
Sonido ambiente…
“Esto es lo que querían hacer. Todo esto iban a hacer solar panels, fíjate, mira, mira… 150 mil acres”
La organización de Figueroa interpuso tres demandas y logró a través de un acuerdo con el Departamento federal de Interior que se reconozca el valor cultural de estos geoglifos.
Por la tarde, la gente se baña en el río, despreocupada sobre tóxicos o basureros, y disfruta de la música. Figueroa reflexiona sobre un trabajo que no verá completado en su generación.
“No hay mucha organización y es lo malo, el vejestorio como nosotros ya vamos a pasar al otro mundo. Necesitamos que más gente agarre la batuta, porque la lucha nunca se termina, necesitamos más gente que participe con nosotros”.