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Tambores de guerra en medio del juicio político a Trump

Por Radio Bilingue
Publicado 06 enero, 2020

Maribel Hastings y David Torres

Los tambores de guerra contra Irán los toca alguien que evadió el servicio militar en Vietnam diciendo que sufría de espolones: Donald Trump. Ni siquiera objetor de conciencia; simplemente espolones, como su mejor artimaña para encubrir su notoria cobardía de juventud. Es el mismo individuo que ordena la deportación de la madre indocumentada de un militar hispano, a pesar de haber vivido y pagado impuestos en este país durante 31 años y ser una pequeña empresaria.

Una madre hispana, Rocío Rebollar Gómez, a la que sus padres no le dieron “millones de dólares” para ganarse la vida haciendo negocios turbios, sino una mujer que supo entender desde el principio el significado del sacrificio por ser útil a esta nación en diversos frentes, ahora mismo sufriendo una deportación y una angustia por saber que su hijo podría estar entre los enviados hacia una guerra inútil. Algo que Trump ni siquiera entiende y mucho menos le importa.

Es decir, el evasor deporta a la madre de un militar hispano en servicio activo, el teniente Segundo de Inteligencia, Gibram Cruz, quien ha demostrado más valor y amor a este país que un presidente que, para desviar la atención del proceso de juicio político que enfrenta, ordena la muerte de un alto militar iraní, el comandante de la Guardia Revolucionaria, Qasem Suleimani.

La “inminencia” de la amenaza que representaba Soleimani no queda clara, como tampoco queda claro por qué, eliminado el militar, Trump tiene que acudir a Twitter para amenazar a Irán con destruirle 52 objetivos si intenta tomar represalias contra Estados Unidos.

Es decir, el pendenciero reta, agrede, ofende y mata, y aun así pone condiciones absurdas para que sus víctimas no se atrevan a meterse con él. Pero debido a su irresponsable decisión unilateral —sin noción alguna de geopolítica, ni de cómo funcionan los conflictos bélicos a corto, mediano y largo plazos—, las serias consecuencias para la seguridad nacional de este país y para las naciones del Medio Oriente están hoy mismo sobre el tapete.

De hecho, la posibilidad de enfrascar a Estados Unidos en una enésima guerra inventada hace recordar la de Irak, cuando invadieron buscando armas de destrucción masiva que no existían, pero que convirtió a esa milenaria cultura en una permanente zona de conflicto, donde la venta de armas se ha convertido en el más infame de los negocios y donde las nuevas generaciones de habitantes no ven ni verán con buenos ojos durante décadas la devastadora influencia de esta nación.

Lo irónico es que ahora Trump argumenta que la decisión se basó en reportes de “inteligencia”, la misma inteligencia que él mismo ha desmoralizado, insultado y minimizado cuando sus miembros reportaron la intervención rusa en las elecciones presidenciales de 2016, cuando él resultó el beneficiado por dicha intervención. Pero su juego de bobos sólo convence a su entorno, sin tomar en cuenta lo evidente que resulta su actual ardid contra Irán, sin dar pruebas que justifiquen el ataque a un “enemigo” del que no se tenía la menor noticia.

Y Trump argumenta “seguridad nacional” cuando poco le ha importado que Rusia se inmiscuya en nuestro proceso electoral. Más bien defiende a Rusia y a Vladimir Putin, y tanto él como sus secuaces diseminan información falsa como la de que fue Ucrania la que intervino en nuestros comicios.

Cuando suenan los tambores de guerra se eriza la piel no de miedo, sino de rabia, al pensar cómo los políticos toman decisiones basadas en sacrificar las vidas de otros, aposentados en su cómoda curul, con sus ingresos asegurados, con prebendas por impulsar este o aquel proyecto de ley que no responde a necesidades sociales, sino a intereses particulares de multinacionales o de “los señores de la guerra”. Es cierto que los militares siguen órdenes, pero obviamente no serán los hijos ni los familiares de Trump los que se envíen a un teatro de guerra. Deberían ser los primeros.

Serán sin duda los hijos y nietos de ese sector que lo defiende ciegamente y que como son tan ciegos, sentirán que es “un honor” seguir las órdenes de quien quizá sea el Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas más inepto en la historia moderna de este país. Lo ha demostrado con creces y será difícil que alguien lo supere viendo estos ejemplos de su ineptitud.

Y, lamentablemente, entre los que sirvan también estarán los hispanos que Trump tanto ha vapuleado durante esta tormentosa presidencia.

Hispanos como Gibram Cruz, cuya madre deportada quisiera que se detuvieran las horas para que eso no ocurra, mientras piensa qué hacer para enfrentar su nueva situación en una ciudad como Tijuana, donde a nadie conoce ni tiene idea de cómo empezar de nuevo con su vida y su doloroso presente.

Es cierto que los militares siguen las órdenes de su Comandante en Jefe. Pero es duro justificarlo cuando ese Comandante en Jefe es un ser errático que lo menos que siente es amor patrio, porque todo, incluyendo sus decisiones militares, se toman de acuerdo con lo que le convenga a él y no al país. Sobre todo si se trata de desviar la atención de su juicio de destitución.

Arranca así de forma dramática un año electoral que definirá lo que somos como nación, sobre todo si Trump es reelecto y este caos continúa.

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