No sólo de promesas viven los electores
Maribel Hastings y David Torres
Con la paliza que sufrieron en el estado de Virginia este martes, los demócratas parecen no entender que no basta con asustar a los votantes con el espectro de Donald Trump, sino que hay que producir resultados para los diversos sectores que los apoyan. Esto, porque no sólo de promesas viven los electores.
Es una lección que todo político debería tener aprendida, como parte de su diagnóstico personal, sobre todo si sabe que va a dedicar su vida no precisamente al servicio público sino a la simple y llana búsqueda del poder. Porque tal pareciera que de eso se trata, dados los “resultados” que no se ven por ningún lado, no al menos donde prometieron hasta el cansancio en busca de votos.
Por ejemplo, la gubernatura de Virginia pasó a manos republicanas tras una década de dominio demócrata, con el triunfo de Glenn Youngkin ante Terry McAuliffe. Aunque muchos fueron los factores, incluyendo asuntos locales, de personalidad y estrategias; sin lugar a dudas la parálisis en el Congreso de mayoría demócrata y su incapacidad de producir resultados que permitan avanzar la agenda que prometió el presidente Joe Biden tiene un efecto sobre candidatos demócratas no únicamente en contiendas federales sino en estatales también.
El problema es que una contienda estatal siempre tiene repercusión en el imaginario colectivo, como una especie de “probadita” de lo que podría ocurrir a nivel nacional si no se hacen de manera urgente los ajustes necesarios.
Lo triste es que, en efecto, esto ya ha ocurrido en la historia reciente y los demócratas parecen no aprender de errores pasados. Cada vez que asumen el poder se destrozan entre sí con peleas y diferendos internos que consumen el tiempo y la posibilidad de legislar, y de acudir a los votantes en la próxima elección con una lista de logros que los convenzan de que “hay que reelegirlos”.
Pero, ¿así cómo? Y ya se sabe que la arena política es uno de los de mayores desafíos, y en función de ello y de la supervivencia electoral es que siempre es necesario saber para qué se obtiene el poder. Si no se sabe ejercer dicho poder, siempre se pierde. La ingenuidad —pero sobre todo la ingenuidad demócrata— no cabe en este oficio.
Por otro lado, es totalmente entendible que un caucus diverso como el demócrata tenga diferencias de opinión, que haya liberales y progresistas, moderados y conservadores. Pero parecen olvidar que todos son demócratas y que el fracaso de uno puede lastimar a todos. También tienen la mala costumbre de que cuando asumen el poder creen que tienen todo el tiempo del mundo para dedicarlo a sus peleas internas, mientras las propuestas legislativas duermen el sueño de los justos. O, peor todavía, prometen villas y castillas a ciertos sectores electorales, luego no cumplen y después quieren que en la próxima elección se les vuelva a apoyar.
Nada menos ahora mismo está en peligro el tema migratorio, que tanto manosearon en discursos de campaña prometiendo llevar a cabo algo histórico en el cortísimo plazo, pero en el que han sido rebasados no sólo por sus pugnas internas sino por sus enemigos políticos y por decisiones burocráticas que nada tienen que ver con funcionarios electos ni con votantes; como es el caso de la asesora legal del Senado, que ha rechazado ya dos planes de beneficio migratorio para 11 millones de inmigrantes indocumentados. ¿Se dan cuenta realmente los demócratas de lo que eso significa en la vida de toda esa cantidad de seres humanos que han dado su vida entera por y para este país?
Lo peor del caso es que a pesar de que invocan el fantasma de Trump a cada paso, no toman las medidas necesarias para frenar el avance del trumpismo o la posibilidad real de que el propio Trump o un heredero político se postule y gane en 2024. Por su parte, el expresidente no se ha dormido en sus laureles y sigue asomando cola, cuernos y colmillos ante cada desastre demócrata, poniendo en peligro nuevamente la democracia estadunidense.
Porque mientras los demócratas se enfrascan en sus peleas internas los republicanos afinan su estrategia. Y eso, sumado a que el bando demócrata no muestra resultados, tiene como consecuencia votantes desafectos, situación que impide volver a convencerlos fácilmente otra vez.
Y eso incluye a los latinos. No tenemos información de cuál fue la conducta del voto latino en Virginia, pero sea cual haya sido, lo importante es que los demócratas entiendan de una vez y por todas que los latinos no son un segmento monolítico; que son tan diversos ideológicamente como el resto del país, y que como esos otros votantes también quieren ver resultados concretos en los asuntos que les interesan. Porque de lo contrario, o se quedan en casa o le dan una oportunidad al republicano de turno.
Esos 11 millones de indocumentados, por ejemplo, tienen familias, amistades y comunidades que sí pueden votar y determinar el rumbo no sólo de un político, sino de un partido y, por ende, de todo un país.
En fin, la sacudida del martes no es buen presagio para los demócratas de cara a los comicios intermedios de 2022. Y si ha sido casi imposible avanzar la agenda de Biden con la mayoría demócrata en ambas cámaras del Congreso, imagine cómo será con un Congreso republicano. Los demócratas ya lo han experimentado en carne propia varias veces en la historia reciente.
Pero parece que olvidan muy pront■