Las falsedades del trumpismo profundizan violencia y división
Maribel Hastings y David Torres
A menos de 60 días de las elecciones intermedias se intensifica la desinformación en diversas plataformas sociales, incluso en algunos medios tradicionales. De hecho, parece que se libra una batalla cuerpo a cuerpo —palabra a palabra, en todo caso— con cada mensaje que tergiversa este momento histórico tan importante para Estados Unidos.
¿Y cuál es el mensaje central en esta guerra desinformativa? El que emana de muchos candidatos republicanos que evocan al de Donald Trump en 2020: que el sistema electoral de Estados Unidos está “corrompido” y que si pierden es porque hubo “trampa”, con lo que se incita a más violencia.
No es necesario imaginar lo que esta bomba de tiempo ideológica puede concitar en el corto plazo, pero sí es obligatorio poner atención en el daño que ya está produciendo en una sociedad herida y profundamente dividida como la estadunidense, que no se ha podido deshacer de la toxicidad de un expresidente que no alcanzó a entender el significado histórico de esta democracia.
En efecto, en las elecciones de 2020 no hubo tal fraude pero esa falsa idea sigue presente en Trump, sus candidatos y sus seguidores. Ese mensaje culminó en violencia el 6 de enero de 2021 en el asalto al Capitolio, y ese mismo mensaje, sumado a otros sobre la “invasión” en la frontera y la teoría del “reemplazo” de blancos por minorías ha generado violencia y muerte en diversas masacres a través del país.
Desde entonces, las minorías ya no se sienten seguras en la sociedad más vigilada y organizada del mundo, mientras que la visión de futuro para sus familias se redujo notablemente, al punto de que aquello que parecía haberse conquistado hace mucho tiempo, como las libertades civiles, ahora es parte de una nueva edición de esa lucha con otros actores tan visibles como tan vulnerables, como los Dreamers, los beneficiarios del TPS o los solicitantes de asilo, entre otros.
Ante ello, este jueves el presidente Joe Biden lidera la Cumbre United We Stand para atraer la atención de la gente sobre los “efectos corrosivos de la violencia acerca de la seguridad pública y la democracia”, según la Casa Blanca.
De hecho, la cumbre sucede al discurso de Biden sobre la amenaza que representa para la democracia de Estados Unidos la violencia que incitan Trump y su movimiento MAGA (Make America Great Again). Todo se ha dado en el contexto del allanamiento en la residencia de Trump en La Florida por parte del FBI para recuperar documentos clasificados de los que el expresidente se apropió y no quiso devolver. Agentes de esa institución federal y sus familias han recibido amenazas, en tanto que en Ohio un hombre trató de ingresar a una oficina del FBI con un AR-15 y una pistola de clavos, tras publicar en la plataforma social de Trump mensajes amenazantes y hacer un llamado a las armas.
Es decir, cuando se suponía que Estados Unidos debería estar discutiendo temas de mayor relevancia para el beneficio general de la presente y las futuras generaciones en un siglo que prometía dar un paso hacia adelante en lo social, sus autoridades tienen que retroceder varias décadas para analizar y discutir asuntos que parecían superados: la división, el rechazo al otro, el odio, la violencia contra la misma nación y el peligro que corre la democracia ante este renacer xenófobo, racista y antinmigrante de una buena parte de la sociedad estadunidense.
En ese contexto, nos damos cuenta de que el momento que enfrentamos como nación es crucial. Es cierto que Estados Unidos ha experimentado etapas de división y discordia, como lo fue la Guerra Civil, en la que murieron más de 600 mil personas, más que en todas las guerras donde ha participado este país.
Acontecimientos como la guerra en Vietnam, la sangrienta lucha por los derechos civiles, Watergate, el escándalo Irán-Contras, el juicio de destitución de Bill Clinton, la elección del año 2 mil, decidida por la Corte Suprema a favor de George W. Bush, o la guerra de Irak iniciada por ese presidente con base en pretextos falsos también generaron división.
Y ahora la nación enfrenta un trumpismo sustentado no tanto en diferencias políticas sino en falsedades que solamente buscan privilegiar a una “casta” de nacionalistas blancos que no se han adaptado a la natural diversidad en que vive no sólo Estados Unidos sino todo el mundo.
Así, el nivel de virulencia del trumpismo no semeja las diferencias partidistas previas, sobre todo porque ahora el liderazgo republicano en el Congreso y en el país es el mayor aliado de los extremistas, y acogen su mensaje de odio y lo normalizan. La pregunta es, por qué ha sido tan contemplativa la sociedad estadunidense ante este avance de un “movimiento” como el trumpismo, que al parecer será su propia arma de aniquilación, su propio suicidio como país.
Este fin de semana El Nuevo Herald reportó vía Prensa Asociada que cuatro candidatos republicanos a puestos estatales que siguen afirmando que hubo fraude en las elecciones de 2020; dicen que el sistema electoral es “corrupto” e incluso “apuntaron con el dedo hacia fuerzas misteriosas al interior de su propio partido”.
Los candidatos a secretarios de Estado son Mark Finchem, en Arizona; Kristina Karamo, en Michigan; Jim Marchant, en Nevada, y Audrey Trujillo, en Nuevo México.
Es decir, ahora para los fieles a Trump no sólo los demócratas “conspiran” para evitar su triunfo, sino los propios republicanos. “Nuestro mayor enemigo es nuestro propio partido”, dijo Marchant, empresario y exlegislador estatal, uno de los más ardientes partidarios de Trump que impugnó la victoria en 2020 del presidente Joe Biden en Nevada, dice el artículo.
Ante esto, ¿no es hora ya de que los republicanos se deslinden de toda esa basura desinformativa y vuelvan a ser una verdadera opción política? Su silencio —su inacción— los está conduciendo hacia el fracaso como partido.
Por lo pronto, los demás ya estamos prevenidos sobre lo que puede estar por venir■