La historia entrelazada del Primero de Mayo en Estados Unidos y México
Imagen provista por el profesor Gonzalo Sanatos.
Hace siete años, en 2017, alrededor de mil personas marcharon y se manifestaron en el centro
de Bakersfield el Primero de Mayo, hasta donde yo sé, la primera (y única) vez que la gente en
esta ciudad celebró con orgullo el Día Internacional de los Trabajadores como tal.
La mayoría de los sindicatos locales y las organizaciones de defensa comunitaria se negaron a
participar, pero un grupo diverso y muy motivado de activistas respondió favorablemente. El
evento fue un gran éxito. Cientos de personas marcharon por el centro de Bakersfield,
realizaron una manifestación festiva en el parque Mill Creek y obtuvieron una gran cobertura
mediática.
Al día siguiente apareció una enorme fotografía y un artículo en primera plana en el
Bakersfield Californian.
Los puntos de unidad acordados por los organizadores (ver más abajo) reflejaron una
interseccionalidad bienvenida entre ellos. Ello reflejó un más amplio significado de la
celebración con respecto a las anteriores marchas de inmigrantes de 2006, que culminaron con
el Boicot Nacional por los Derechos de los Inmigrantes del Primero de Mayo, cuando más de
dos millones de inmigrantes y sus aliados marcharon en más de 130 ciudades de todo el país,
una impresionante y sorprendente resurrección del Primero de Mayo, rescatado de las décadas
de olvido durante la Guerra Fría. Unos 35 mil inmigrantes se manifestaron en Bakersfield ese
Primero de Mayo, la manifestación más grande jamás realizada en la historia de esa ciudad.
El Primero de Mayo es tan estadunidense como el pie de manzana. Se originó en 1890 como
un día para honrar la memoria de los mundialmente famosos “Mártires de Chicago”, los 80 mil
trabajadores estadunidenses que en 1886 se reunieron en Haymarket Square para exigir una
jornada laboral de ocho horas, una demanda laboral que había comenzado en Estados Unidos a
mediados del siglo XIX (en el Reino Unido incluso antes), sólo para ser brutalmente agredidos
por la policía, sus líderes sindicales posteriormente acusados de la violencia y ejecutados.
Curiosamente, yo conocía toda esa historia laboral desde niño, mientras crecía en el puerto
mexicano e importante ciudad petrolera de Tampico, en el Golfo de México. Cada Primero de
Mayo, cuando era niño, observaba sorprendido desde el balcón de mi abuela cómo miles de
ejidatarios, petroleros, alijadores y muchos otros sindicatos aparecían de repente en el centro
de la ciudad, pasaban junto a mi balcón marchando en contingentes bulliciosos, disciplinados e
interminables, cada contingente cantando y portando enormes pancartas ensalzando sus
sindicatos y gritando las consignas: ¡Que vivan los mártires de Chicago! ¡Que viva la solidaridad
internacional de los trabajadores!”
¿Quiénes, se preguntaba mi mente de niño, eran esos mártires de Chicago y por qué eran
honrados tan prominentemente por estas multitudes de trabajadores mexicanos tan orgullosos
y militantes? El hecho de que fueran estadunidenses me intrigaba aún más, habiendo crecido
en una cultura hiper-nacionalista que reverenciaba a sus héroes mexicanos y, además, tenía
una desafiante tradición antimperialista muy extendida. Los únicos extranjeros que conocía y que
eran honrados de esta manera eran los San Patricios, la brigada estadunidense irlandesa que
se pasó al lado mexicano en la guerra entre Estados Unidos y México.
Cuando era niño en la década de 1950, visitaba a mi cálida y amorosa abuela mexicana y a mi
abuelo republicano irlandés-estadunidense expatriado, y a mi bailarina madrina, que vivía con
ellos y frecuentemente recibía a sus amigos artistas de izquierda, y rápidamente aprendí de sus
acalorados debates en la mesa del almuerzo de la altamente controvertida festividad mundial
que de alguna manera se originó en Estados Unidos.
Muchos años después, cuando vine a Estados Unidos como estudiante de posgrado me
sorprendió descubrir que prácticamente nadie sabía sobre el Primero de Mayo, los Mártires de
Chicago, o cualquier otra cosa relacionada con esa celebración de la clase trabajadora -aparte
de que, en sus mentes, estaba asociado con el mayor desfile militar en la Plaza Roja de Moscú,
la capital de la archirrival y temida superpotencia, la U.R.S.S.; y dado que en ese desfile
normalmente se exhibían los últimos y más amenazantes misiles nucleares intercontinentales
–construidos expresivamente para “disuadir” a los estadunidenses en su destrucción
mutuamente asegurada en su carrera armamentista nuclear– ¡nadie se atrevía a asociarse con él!
Es decir, entre los estadunidenses con los que me encontré, el Primero de Mayo era una
amenazadora celebración extranjera comunista, y nada podría ser más antiestadunidense para
ellos que eso.
Para mi sorpresa, esta opinión era sostenida incluso entre aquellos en el movimiento obrero,
así como entre aquellos que encontré en otros movimientos, como el movimiento chicano y
contra la guerra de Vietnam. En cambio, todos señalaron al Día del Trabajo en septiembre como
su fiesta nacional al final del verano, que celebraban no con marchas militantes sino con picnics
familiares y yéndose de compras.
Sin embargo en México, la plaza principal de la Ciudad de México, el Zócalo se llenaba con
cientos de miles de trabajadores marchando cada Primero de Mayo (para aclarar las cosas: no
había desfile militar, ese era el Cinco de Mayo, que luego fue adoptado por el movimiento
chicano como día del orgullo étnico). Los contingentes de trabajadores desfilaban frente al
Palacio Nacional y eran saludados por el todopoderoso presidente mexicano en turno, desde su
alto balcón, en una apoteosis del pacto nacionalista de solidaridad mutua entre la clase
trabajadora y el Estado. Ni misiles ni soldados, sólo sindicatos bulliciosos y sus pancartas en las
calles, bajo la mirada aprobatoria y el respaldo del gran tlatoani sexenal de aquellos tiempos.
Esto continuó desde los años 1920 hasta los años 1980 –durante el largo periodo del Priiato.
Sin embargo, en la década de 1990, cuando el partido-estado del PRI quedó completamente
deslegitimado después de que abandonó su proyecto de desarrollo nacionalista y estatista y
abrazó el proyecto de globalización neoliberal importado de Estados Unidos, que afectó
gravemente a los trabajadores y campesinos mexicanos, los desfiles del Primero de Mayo
sirvieron como ocasión para que los trabajadores vituperaran abiertamente al presidente,
insultos vistos nada menos que en la televisión nacional. El pacto entre los gobernantes y los
gobernados se desquebrajó.
Y así ocurrió que, cuando el Primero de Mayo dejó de servir a la clase política como un
espectáculo y ritual útil, fue oficialmente cancelado -algo que, irónicamente, permitió al
Primero de Mayo regresar a sus raíces de movimiento obrero militante autónomo, fertilizando
sus numerosos jardines de resistencia al Estado y al gran capital nacional y extranjero,
permitiendo que florezca hoy el movimiento obrero independiente, el movimiento de las
mujeres, el movimiento indígena y muchos otros movimientos de México. Es mejor así.
¿Y qué pasa con la peculiar historia del Primero de Mayo en Estados Unidos, desde su
prolongada ausencia y pactada evasión tanto por parte del duopolio gobernante en
Washington como del movimiento sindical estadunidense a su inesperado regreso a la vida en
este nuevo siglo, cargado sobre los hombros de migrantes mexicanos, salvadoreños,
guatemaltecos y muchos otros que salieron a exigir sus derechos sociales y laborales negados
durante tanto tiempo?
Retomando la historia, justo después de la represión violenta en Haymarket por abogar por la
jornada de 8 horas: el Primero de Mayo fue adoptado por primera vez como celebración anual
proletaria mundial en 1890 por la Segunda Internacional (1889-1916), una organización de
partidos socialistas y laboristas con sede en París. Muy pronto se extendió como feriado laboral
a la mayoría de los países del mundo.
Su principal reivindicación inicial era la jornada laboral de 8 horas, hoy norma laboral
internacional (aunque frecuentemente violada). México fue de los primeros países que la
consagró en su Constitución de 1917, un gran logro de la Revolución Mexicana. En Estados
Unidos hubo un largo proceso de adopción gradual de la jornada de 8 horas, que culminó con
una ley federal durante el New Deal, aprobada en 1937. Fue necesario activar la militancia de
los trabajadores estadunidenses durante la Gran Depresión para presionar a la administración
liberal de Franklin D. Roosevelt para conseguirlo, por encima de la recalcitrante oposición de la
clase capitalista.
Pero en la década de 1890, el presidente Grover Cleveland se rehusaba a declarar como feriado
laboral el 1 de mayo porque fortalecería los movimientos socialistas y anarquistas del I.W.W. en
el corazón del creciente movimiento obrero estadunidense. En su lugar, y para apoyar a las
corrientes más moderadas en el A.F.L. abogó por un feriado del Día del Trabajo en septiembre,
como una alternativa menos incendiaria y más patriótica. Esa fecha de septiembre se adoptó
formalmente como feriado federal de Estados Unidos en 1894.
Así siguió hasta después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el movimiento obrero,
aglutinado en el A.F.L.-C.I.O., fue de nuevo domesticado por los grandes beneficios del nuevo
contrato social del New Deal, acompañado por las feroces persecuciones del Macartismo en
nombre del anti-comunismo durante la Guerra Fría (1945-1993). El Día del Trabajo quedó
reducido a un inocuo holiday para festejar el fin de las vacaciones de verano, celebrado, como
dijimos, con picnics familiares y rebajas en los shopping malls.
Así las cosas, hasta que entró en escena el movimiento por los derechos de los inmigrantes en la
primera década del 2000. El Primero de Mayo se convirtió de nuevo en un combativo día por
los derechos laborales, humanos y sociales, y, en marcado contraste con el movimiento laboral
estadunidense, guiado por un genuino sentido de solidaridad internacionalista. Surgió pacífico
pero indomable y masivo, de abajo para arriba, identificado por los propios trabajadores
migrantes como el mejor día para marchar por sus derechos, resucitándolo como un ave fénix de
las cenizas del anémico movimiento laboral estadunidense.
El Primero de Mayo ha entrado recientemente en remisión temporal. Eso es normal. En los
años intermedios desde la última marcha del Primero de Mayo que ayudé a organizar en 2017,
las marchas de las mujeres surgieron y se desvanecieron, hasta junio del 2022, cuando la
Suprema Corte les quitó su derecho al aborto legal. Lo mismo hicieron las marchas de
migrantes, las marchas del Black Lives Matter, las marchas por el control de armas y las
marchas por reducir el cambio climático. Ahora estamos ante el sorprendente resurgimiento
del movimiento contra la guerra en Gaza. Todos los otros movimientos deberían reaparecer
pronto, porque sus causas no han sido atendidas. Tal vez el Primero de Mayo ahora sirva para
por fin movilizarlos a todos, unidos en un amplio frente progresivo y popular.
Inclusive durante la pandemia, el Primero de Mayo se celebró en algunas ciudades de forma
virtual, en Internet, o a través de caravanas de automóviles, nuevas e ingeniosas formas de
acción colectiva durante los tiempos del terrible coronavirus. En Los Ángeles se llevaron a cabo
todo tipo de eventos de solidaridad obrera en defensa de los trabajadores de los
supermercados y demás trabajadores de primera línea, trabajadores denominados esenciales
pero desprotegidos que se sacrificaron por todos nosotros para superar la crisis, sin mucho
reconocimiento o gratitud, muchos de los cuales, como habrán adivinado, inmigrantes.
Creo que el Primero de Mayo llegó para quedarse en Estados Unidos, hoy bajo la anuencia de
los trabajadores inmigrantes, quienes poco a poco les están enseñando a sus indoctrinados
hermanos y hermanas trabajadores estadunidenses el significado de la solidaridad
internacional entre los trabajadores, como siempre debió ser, y como ciertamente debería
siempre celebrarse en este país construido por inmigrantes. ¿Qué podría ser más americano?
Porque americanos, a fin de cuentas, somos todos – desde Patagonia hasta Alaska.
A continuación les comparto los “Principios de unidad” en la última celebración del Primero de
Mayo en la que participé, la marcha y manifestación en Bakersfield del 2017. Si hoy se llevara a
cabo otra celebración del Primero de Mayo, propondría agregarle cinco nuevas demandas:
- Perdón Presidencial Inmediato y Permisos de Trabajo para Todos los Inmigrantes
- Indocumentados
- ¡Alto al genocidio en Gaza! Cese al fuego inmediato y ayuda humanitaria inmediata
- Detener la guerra y negociar la paz en Ucrania
- Defender y proteger la democracia y la libertad de expresión en EE. UU.
- Restaurar los plenos derechos reproductivos a las mujeres
¡La lucha continúa!
MARCHA Y RALLY DEL 1 DE MAYO EN BAKERSFIELD, 2017
Principios de unidad
Comité de Resistencia del Primero de Mayo
- Garantizar atención médica para todos
- Proteger el derecho de los trabajadores a organizarse y un salario digno
- Dejemos de criminalizar a inmigrantes, refugiados, musulmanes y personas de color y protejamos DACA
- Adoptar la plena igualdad y derechos para las mujeres y las personas LGBTQ
- Respetar y proteger a la Madre Tierra
- Promover una educación de calidad para todos y garantizar una educación universitaria libre de deudas
- Dejemos de criminalizar la falta de vivienda y las enfermedades mentales
- Invertir en educación, no en encarcelamiento
- Preservar la prensa libre
- Adoptar la diversidad religiosa
- Prevenir los crímenes de odio
- Poner fin a la discriminación racial y la brutalidad policial
Consignas para hoy:
* NO VAYAN A TRABAJAR * SALGAN DE LA ESCUELA
*NO COMPREN NI CONSUMAN * CIERREN SUS NEGOCIOS
El Dr. Gonzalo Santos tiene un doctorado en sociología de la Universidad de Binghamton, Nueva York. Es profesor emérito de la Universidad Estatal de California en Bakersfield. Ha participado en múltiples movimientos sociales tanto en México como en Estados Unidos. Reside en Bakersfield, California.