Imputación de Trump pone a prueba la democracia de EEUU
Maribel Hastings y David Torres
El drama de la imputación del expresidente Donald Trump por 34 cargos criminales, de los cuales se declaró no culpable, puso de manifiesto que los procesos democráticos siguen funcionando y que nadie está por encima de la ley en Estados Unidos. Pero al mismo tiempo plasma el peligro que corre esta democracia cuando el imputado, sus seguidores y el mismísimo Partido Republicano, al que pertenecen, siguen minando la democracia al atacar el proceso judicial, del mismo modo que han atacado las elecciones, cuando el resultado no les favorece.
Es decir, quienes aún apoyan a Trump demuestran con su ceguera ideológica que lo que menos les importa es preservar la democracia estadunidense como la conocemos y que, en todo caso, lo que prefieren es convertir en ejecutor de los valores y los principios de pluralidad política en que está fundada esta nación a un oscuro empresario que ha buscado por todos los medios la protección del fuero constitucional para evitar ser enjuiciado por todos los delitos de los que se le acusa. Y no son pocos.
Por ejemplo, la semana pasada, cuando ni siquiera se había revelado el pliego acusatorio, la plana mayor del Partido Republicano, dentro y fuera del Congreso, ya se había alineado con su lugarteniente Trump acusando a la fiscalía de Manhattan de “persecución política” y “abuso de poder”.
Desde el presidente de la cámara baja, Kevin McCarthy, hasta el exvicepresidente Mike Pence —el mismo que la turba trumpista quería ahorcar en el Capitolio el 6 de enero de 2021 por no ceder a las presiones de Trump para que no certificara el resultado de las elecciones presidenciales de 2020 que Joe Biden ganó—, repitieron como el papagayo el mismo libreto de que el fiscal de Manhattan, Alvin Bragg, está “abusando de su poder” para perseguir políticamente a Trump.
Es la misma cantaleta republicana con la que fueron preparando el terreno a fin de seguir abriendo paso al extremismo que emana de Trump desde que anunció su candidatura presidencial en 2015, acusando a los inmigrantes de todos los males del país y utilizando su retórica para socavar a las minorías hasta colocarlas en la categoría de “bad hombres”. Pero lo único que queda claro hoy, con las 34 imputaciones en su contra, es que el verdadero “bad hombre” parece ser Donald Trump, quien será juzgado por un inmigrante, el juez Juan Manuel Merchán, de origen colombiano.
Pero la cosa no para ahí. La congresista Elise Stefanik, quien preside la conferencia republicana de la Cámara ce Repreentantes dijo que la fiscalía de Nueva York está enfrascada en una “cacería de brujas”, mientras que el líder republicano, Steve Scalise declaró que “es un claro ejemplo de los extremistas demócratas que utilizan al gobierno como arma para atacar a sus opositores políticos”.
Y este martes, la congresista republicana de Georgia, Marjorie Taylor Greene, una de las más acérrimas defensoras de Trump, famosa por diseminar teorías conspirativas de nativistas blancos, acudió a un mitin que se organizó en Manhattan a favor de Trump, pero finalmente lo abandonó porque los ruidos de silbatos y abucheos contra el expresidente la ahogaron, reportó la prensa. Se informó además que, en entrevista con Right Side Broadcasting, Taylor Greene comparó a Trump con “Nelson Mandela” y con “Jesucristo”. Dijo Taylor Greene, según reportes, que “Jesús fue arrestado y asesinado por el gobierno romano”.
¿Puede haber mayor desfachatez y deleznable cinismo que el de Greene, de tratar de hacer comparativos históricos con figuras que han caminado por vías diametralmente opuestas al cinismo, la bravuconería, la misoginia, la falsedad, la cobardía y el racismo de un personaje como Donald Trump, quien será recordado como lo peor que le ha ocurrido a la historia de Estados Unidos?
Aunque líderes republicanos del Senado se han mantenido, hasta ahora, a raya en el tema de la imputación de cargos contra Trump, el hecho de que la plana mayor de la cámara baja y del partido sigan defendiendo al expresidente, denota el arraigo y el poder de su figura en ruta al proceso de selección del próximo nominado republicano a la presidencia.
De hecho, sus índices de aprobación en medio de este proceso legal han mejorado y su campaña reveló que desde que se anunció la presentación de cargos el pasado jueves, la campaña de Trump ha recaudado más de 8 millones de dólares. Esa cantidad de dinero, la cual seguramente aumentará al paso de los días, dice mucho de ese segmento de la población estadunidense que aún sigue a un embaucador ideológico, cuya retórica antinmigrante y xenófoba ha sido repetida por otras figuras republicanas, derivando en masacres como las de El Paso, Texas y Buffalo, Nueva York.
Todo esto es significativo porque los republicanos que siguen defendiendo a Trump son los mismos que siguen declarando que las elecciones generales de 2020 fueron “fraudulentas”, que a Trump le “robaron” esa elección; y son los mismos que siguen minimizando el asalto al Capitolio federal del 6 de enero de 2021 por los fanáticos de Trump, que culminó en muerte y destrucción.
Son los mismos que se han quedado impávidos ante ese atentando contra la democracia con una intentona de golpe de estado basada en falsedades, y los mismos que ahora llaman “prisioneros políticos” a los delincuentes que participaron en el asalto y que atacaron brutalmente a policías; son los mismos que siguen minimizando la evidencia en contra de Trump y atacando los procesos judiciales; los mismos que se han dedicado a diseminar teorías conspirativas de todo tipo, desde el fraude electoral, hasta decir que estamos siendo “invadidos” a través de la frontera con México.
Son los mismos que han querido convertir en “víctima” a un expresidente que, en todo caso, ha sido victimario de la historia democrática de un país que ha derramado sangre, sudor y lágrimas por ver convertido a Estados Unidos en la democracia más completa del mundo, a sabiendas de que el extremismo ha corrido paralelo a la historia del país y de la propia democracia.
Se trata de otra prueba de fuego para esta democracia que en 2024 volverá a decidir quién presidirá la nación, mientras Trump, el primer expresidente imputado por cargos criminales en la historia de Estados Unidos, pretende regresar a ese puesto por vías alejadas de la ley y de la propia democracia.