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Gracias a la vida

Por Radio Bilingue
Publicado 27 noviembre, 2015


Este es el Cañón del Tecolote, y en la curva fue donde el auto se salió de la carretera y cayó en el fondo de esa hendidura, de unos cinco metros o más de profundidad.

A veces, al acercarse el Día de Acción de Gracias, es difícil sentirse muy agradecido con la vida… por tantas cosas que pasan. Sin embargo, este año no es así. Hoy tengo motivos plenos por los cuales estar agradecido, y uno de ellos es simplemente estar vivo. No lo digo a la ligera, sino después de haber sufrido un terrible accidente de auto hace casi cinco meses, en el que casi me mato. El auto salió del camino a alta velocidad, dio tres vueltas en el aire y cayó al fondo de una pequeña cañada, con las llantas hacia arriba. Yo permanecí sujeto al asiento donde conducía, gracias a traer el cinturón de seguridad puesto; algo que me valió también con los asuntos legales del seguro, pues el auto quedó destrozado. Me rompí la columna vertebral y lastimé con severidad mí médula espinal, esa masa de nervios que gobierna el movimiento de las piernas. Entonces, perdí la habilidad de caminar.

A partir de ahí, algo que hizo una enorme diferencia en mi vida fue contar con un seguro médico y con el seguro de auto. Sin embargo, no me hubieran sido tan útiles los seguros, de no haber tenido a una persona que asumiera las riendas de la situación legal y abogara eficazmente por mí, mientras me hallaba en una cama de hospital. Esa persona fue mi mujer, Antígona.

Desde el momento en el que pisé el cuarto de emergencias, Antígona supo abogar agresiva y oportunamente ante un sistema de salud y compañías de seguros que en ocasiones pueden resultar algo muy complicado de manejar para un enfermo.

(Cuando uno, con un accidente similar al mío, no puede valerse totalmente por sí mismo, entonces técnicamente debe considerarse un enfermo).

Un día en el hospital, le dije a Antígona que mis pies estaban sumamente hinchados. Ella se preocupó y le avisó al doctor que me atendía; le dijo que yo podía tener coágulos en las piernas. Pidió que me hicieran un ultrasonido. El doctor dijo que no. Argumentó que no era posible que tuviera coágulos. Pero el doctor nunca imaginó lo persistente que es Antígona. Por fin el doctor cedió y me hizo el ultrasonido. En efecto, ¡tenía dos coágulos enormes en las piernas! Si no los hubiera detectado a tiempo se podrían haber desprendido de las venas donde estaban y disparado por ahi mismo a los pulmones, colapsarlos, y suspender el suministro de oxígeno al cerebro. Me podría haber muerto en cuestión de segundos.

Gracias a Antígona, eso no ocurrió. Y por eso, sí doy gracias a la vida este año■

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