Al desaparecer las aguas del río Colorado, la tribu Cucapá lucha por sobrevivir
Las hermanas Inés, Rita e Hilda Hurtado Valenzuela junto a sus nietos, frente a una de las pangas con las que la cooperativa Pueblo Cucapá pesca en el Golfo de California. Foto: Alejandro Maciel.
El pueblo indígena Cucapá, cuyo nombre significa “gente del río”, vivió cientos de años de la pesca y el cultivo en las márgenes y la desembocadura del río Colorado, que nace en Estados Unidos. Dividida por la frontera de Estados Unidos y México, ese pueblo pudo seguir viviendo del gran río hasta que por el acuerdo binacional de 1944 el agua del Colorado fue grandemente desviada para el consumo humano y las necesidades agrícolas. Así, el delta del Colorado va quedando seco y desolado, y los Cucapá luchan ahora por subsistir. Alejandro Maciel nos reporta desde el poblado cucapá, El Mayor, en Baja California, México.
“En este tiempo, ahorita, bueno, tendía los chinchorros. Traía los 80, 90, 100 kilos. Venía uno bien, hasta más de 100, se traía uno. Pero, pues ya se… Y ahorita, pues no, si va apenas pepena unas cuantas lisitas para comer”
Ella es Inés Hurtado Valenzuela, de 57 años. La conocí en El Indiviso, un minúsculo poblado agrícola de 850 habitantes al borde del desierto, en el que cuatro familias cucapá se encuentran asentadas. El pueblo está ubicado a unos 15 kilómetros de la desembocadura del río Colorado en el golfo de California. Durante siglos, en estas tierras abundaba la caza y la pesca. Pero se agotó el agua y la pesca desapareció.
“Al menos yo, y sí, duro decirlo, una semana que no como pescado, siento que la comida no me llena, porque me hace falta el pescado”
Esto dice Rita Hurtado.
A la sombra de un frondoso árbol repleto de aves, Inés, junto a sus hermanas mayores, Rita e Hilda, quien es presidenta de la cooperativa Pesquera Pueblo Cucapá, cuenta cómo vivían antes de que se cortara el agua del Colorado.
“Antes pescábamos lo que era temporada de la turbina, y ya después seguían ellas pescando…, que si alguien les encargaba 40, 50 kilos, iban a pescar y los sacaban, y así cada semana, 100 kilos u otros…”
Al acabarse el agua en el río, también afectó otras partes de sus vidas, dice Rita Hurtado, de 67 años.
“Ya no hay mezquites, ya no hay nada. Ya no se cosecha eso…”
Ahora, para subsistir se han adentrado al Golfo de California a pescar, mediante pangas y redes que estaban listas a su lado cuando conversamos.
“Ellos tienen pescando infinidad de años. ¿Cómo es posible que llegue el gobierno y a ellos, que no pescan tantas toneladas como los pescadores furtivos, clandestinos y piratas que vienen de otras partes de Sonora, Sinaloa, ahí los repriman de esa forma”
Habla Ernesto Sosa Rocha, historiador y cronista de la región.
Ante la negativa del gobierno mexicano, de darles permisos para pescar, formaron una cooperativa para tener una personalidad jurídica, dice Inés Hurtado, quien asegura que hay tres cooperativas pesqueras, todas dirigidas por mujeres.
“Yo creo que las mujeres somos más… que nos dicen que no, y nosotros decimos que sí. O sea, somos más tercas”
A pesar de que son reconocidos como uno de los pueblos originarios de la región, la presencia de grandes empresas pesqueras en el golfo, y los trámites burocráticos con el gobierno, les ha impedido pescar otras especies marinas, dice Inés.
“Necesitamos el permiso de camarón y nos dijeron que ya la carta nacional pesquera estaba cerrada, que ya no hay…”
Además, les prohibieron pescar corvina, que abunda en la región, explica Rita.
“Nos ponen la veda y ya se va la corvina, y pues ya todo se para; nos dejan parados y con eso tenemos que sustentar todo el año”
Muchas veces las condiciones climáticas impiden aprovechar los pocos días de pesca que tienen al año, coinciden las hermanas.
“Cuando hay aire, sí se meten, allá están, pero no pueden trabajar, metidos en los esteros, esperando que pase el aire. En cuanto pueden se dan una carrerita, pero este año fue un año muy ventoso”
En esta región la vida es dura. Estamos entrando al otoño pero la temperatura es de más de 98 grados Fahrenheit. Las tres hermanas Hurtado Valenzuela acceden a llevarme al Zanjón, lugar donde pueden pescar en el mar.
En cuanto salimos del Indiviso, el paisaje cambia radicalmente; desaparecen los escasos árboles y de pronto nos encontramos en medio del desierto. Luego de avanzar unos kilómetros, se extiende una vasta planicie completamente árida y, de repente, frente a nosotros se ven enormes zonas cubiertas de agua. Los esteros se formaron después de un terremoto que sacudió la zona hace diez años.
Llegamos hasta el Zanjón, el punto donde pescan un promedio de 20 días al año. Parece imposible que en este sitio puedan pescar, el camino llega hasta la orilla del mar, pero el agua se encuentra a unos dos metros abajo, dependiendo del nivel de la marea.
Es Inés la que habla.
“Entramos a pescar y pescamos 3 días. A veces, cuando es muy lenta, 4 días”
La sobre vivencia en esta parte del delta es una lucha de todos los días. Sus ingresos ascienden a unos 20 mil pesos al año, alrededor de 2 dólares diarios. Por eso es vital para sobrevivir la ayuda para adultos mayores del gobierno mexicano, que son seis mil pesos cada dos meses, dice la señora Inés.
“Por familia nos viene quedando…, qué será, para subsistir, yo diría, unos 15, 20 mil pesos, cuando mucho”
Pero la mayoría busca el sustento en las zonas urbanas o emigran a Estados Unidos, dice Inés, la tesorera de la cooperativa.
“Hay que salir de la comunidad, y siempre cuando uno se sale de su comunidad, y se va a la ciudad, pues quiera o no quiera se van perdiendo ciertas formas de ser de uno; ciertas formas de pensar, porque ya se va, decimos nosotros, ya se va civilizando más”
Ese mismo día tomé el camino hacia El Mayor, el principal asentamiento cucapá en la zona. Se encuentra a 60 kilómetros de Mexicali, sobre la carretera al puerto de San Felipe. Cuando llego, observo las condiciones de pobreza en las que viven; algunas casas son de ladrillo, otras son de lámina, adobe o madera. A la distancia se ve la Sierra Cucapá con su enorme cerro sagrado de El Águila. Ahí hablé con Leticia Galaviz, una mujer de cabello negro y fuertes rasgos indígenas, quien lamenta la pérdida del agua del Colorado.
“Para nosotros los Cucapá, el río lo es todo; nuestra madre, nuestro hermano, nuestro sustento… Pero el río se está muriendo… sí, igual que nosotros”
Le pregunto de qué sobrevive, y entonces entra en su humilde hogar. Las estancias están divididas con cortinas. Al fondo del patio se escuchan aves de corral. Regresa con un colorido pectoral que está por terminar.
“Bueno, si estuviera así de grande, pues lo vendería en 3 mil, 4 mil, 5 mil pesos”
Está bellamente elaborado, con las figuras geométricas típicas de los Cucapá. Como tres meses le toma producir uno que pude costar unos 15 mil pesos.
Aunque El Mayor se encuentra sobre una transitada carretera, pocos se detienen a comprar sus artesanías, por lo que sus oportunidades de venta se reducen a eventos y exhibiciones. Algunos de ellos en el otro lado de la frontera.
“Yo en lo personal hago atrapa sueños, unas se dedican a hacer aretes, otra a hacer collares, otros pectorales, o sea que cada quien tiene su especialidad en las artesanías”
Una de las preocupaciones de Leticia es que los más de 20 niños del poblado no olviden su idioma, pero sabe que es una carrera contra el tiempo.
“Estamos rescatando la lengua de nosotros porque ya casi nadie la habla. Los hablantes ya están falleciendo, ya nada más nos queda uno, Margarita Valenzuela Portillo y tiene 97 años”
También se esfuerzan en enseñarles a sus hijos sus cantos e instrumentos ancestrales.
En la lucha por sobrevivir los Cucapá debaten si el declarar el delta como zona natural protegida, propuesta de los grupos ambientalistas binacionales, les conviene. Inés dice que no.
“Les dijimos que no porque nosotros, la experiencia que tuvimos en el área acá, donde nosotros pescamos, con el área natural protegida, no era buenas”
Sin embargo su hermana Hilda es un poco más optimista.
“Pues esperemos que con esto cambie todo, ¿para mejor? Para mejorar, esperemos, quién sabe, jajaja… yo le voy a ser muy sincera, porque yo no tengo fe de que algo cambie; porque han sido años, yo no tengo fe de que cambie…”
Pero los Cucapá son una etnia resiliente que ha sobrevivido a lo largo de siglos, afirma el historiador Ernesto Sosa Rocha.
“Son muy inteligentes y aparte traen muchas ideas ancestrales de donde ellos, ya ves que se basan mucho en la cosmogonía, por ejemplo para pescar; la luna llena, los vientos, todo eso, traen mucha sabiduría”
Para la Edición Semanaria del Noticiero Latino, desde el poblado de Cucapá, El Mayor, Baja California, Alejandro Maciel.
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